viernes, 28 de diciembre de 2018

¿Todo, a la distancia de una tecla?


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El hombre y la mujer son seres sociales por naturaleza, dado que sus relaciones no se quedan apenas en aspectos meramente intuitivos, sino que transcienden a otras dimensiones como la política, la cultural, la estética y la ética, para mencionar tan sólo algunas de ellas.

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Dentro de este contexto general cada día cobran mayor importancia las llamadas tecnologías de la información y la comunicación, como parte de la evolución de la especie misma y dentro de esquemas de convivencia con los demás elementos de la naturaleza.
Toda esta dinámica permite advertir la inmensa capacidad creativa e innovadora de los seres humanos, propiciando romper barreras propias de sus limitaciones físicas y generando, sin duda alguna, modelos de comunicación que permiten desarrollos tan rápidos y avanzados, que la invención de ayer pareciese quedar en un atraso significativo hoy.
El hecho que el mundo esté a un clic de distancia y que pueda disponerse de la mayor información posible sobre las diferentes áreas del conocimiento, posibilita que esa gran telaraña o sociedad de la información, como lo es Internet, por ejemplo, haya transformado varias de las relaciones humanas existentes.
La cantidad de información y conocimiento a la que hoy día se tiene acceso es impresionante, de ahí que se hable de tiempo atrás de la industria de la información y sus repercusiones en las economías internacionales.
Siguiendo a Martin y Frank, citados por Astudillo García, pueden destacarse dentro de dicho marco cinco grandes elementos de la denominada sociedad de la información:
Uno primero es el elemento tecnológico, que va mucho más allá de la invención de las máquinas en la revolución industrial para asegurar la producción en línea. Tiene que ver con el desarrollo de la cibernética y las telecomunicaciones, la constitución de redes para almacenar, procesar y compartir o tener disponibilidad de información de todo orden.
El hecho que en la actualidad se vaya al banco “sin ir” al banco, para hablar de operaciones económicas que pueden realizarse durante las 24 horas; de disponer de datos parciales y totales sobre los resultados de procesos electorales, sin hacer presencia en una oficina de la Registraduría; de tener acceso a bases de datos científicas, sin necesidad de viajar físicamente a los grandes centros de producción del conocimiento; se convierten, entre otros, en ejemplos concretos de la importancia fundamental de los avances tecnológicos en la referida sociedad de la información.
Un segundo aspecto es el relacionado con el elemento económico, pero desde la mirada de lo que se mencionara párrafos atrás: la aparición de la industria de la información y lo que alrededor de ella se mueve, como consecuencia de sus dinámicas propias. Una industria que cada día adquiere mayor peso en los productos internos brutos de los países y que vincula más y más personas.
La categorización que hace Machlup, también citado por Estudillo García, sobre las ramas industriales que comprometen a sectores como los de la educación, los medios de comunicación, las máquinas de información, los servicios de información y la investigación y desarrollo, hablan por sí solas de la importancia adquirida.
Las relaciones de poder sociales están marcadas en buena forma en los planos nacional e internacional, de acuerdo con los desarrollos tecnológicos, la generación y acceso a la industria de la información. De ahí que se entienda esa transformación de sociedades industriales a postindustriales, donde no es la máquina por la máquina, sino el mundo del conocimiento que subyace tras ella la que establece la diferencia. Los intangibles que aportan valor agregado de manera significativa.
Ejemplos de ésta parte lo constituyen la aparición cada vez de un mayor número de medios de comunicación, grandes y pequeños centros comerciales dedicados a la venta de equipos de computación (no se trata de la venta de máquinas, sino de conocimiento y cercanía a otras realidades), fuertes inversiones gubernamentales en varios estados para potenciar lo que algunos han de llamar “gobiernos en línea”, ofertas permanentes de bancos y bases de datos de conocimiento, el impulso e intento de masificación de la educación virtual, la venta de programas de computación para facilitar procesos (unos complejos y otros cotidianos) del comercio y otros sectores. Podría decirse que se trata de un gran negocio, para nada ajeno a las dinámicas de un modelo dominante como el capitalista.
El elemento ocupacional, en tercer lugar también cobra importancia histórica dentro del contexto de la sociedad de la información y se interrelaciona con los enfoques tecnológico y económico de los que se ha venido dando cuenta. No podría ser diferente, pues la explosión de las tecnologías de la información y la comunicación requiere de muchas personas comprometidas con dicho sector.
No es sino mirar y suponer con los ejemplos dados en los dos anteriores elementos la cantidad de hombres y mujeres vinculados con el sector de la información. Ahora, esa mirada y esa suposición no se quedan solamente en ahí, sino que pueden tranquilamente contrastarse con las estadísticas de diferentes países donde se demuestra cómo la industria de la información ha venido en crecimiento y, con ella, la fuerza de trabajo que demanda.
Estudillo García (2201) bien lo dice al advertir que “el conocimiento y la información se convierten en modos de producción no materiales”, en donde se establecen diferentes escalas o niveles: los productores y vendedores de conocimiento, quienes agrupan y divulgan información, y quienes son operarios de máquinas y tecnologías.
Un cuarto elemento es el tiempo-espacio que termina originando un rompimiento con las estructuras mentales presentes en las diferentes comunidades, por cuanto los avances tecnológicos permiten que el almacenamiento, procesamiento y distribución de la información no dependan de desarrollos cronológicos ni geográficos en particular, sino que transciendan estos conceptos.
Como lo plantea el propio Manuel Castells, tiempo y espacio se han transformado con la aparición de la sociedad en red. No podría ser de modo distinto, pues se ha hablado de los intangibles generados por la sociedad de la información. Las relaciones entre individuos-corporaciones y la banca, estudiantes y centros de conocimiento (en la educación virtual), y de medios de comunicación virtuales donde en cualquier momento se tiene acceso a producciones que están disponibles todo el día para su recepción y/o consumo, son casos notorios de la brecha entre el mundo físico y el mundo virtual; en otras palabras, realidades distintas. Al fin y al cabo, realidades.
El asunto es tan simple, pero tan complejo a la vez, como vivenciar el hecho de realizar una transacción bancaria cuando las puertas físicas de la entidad están cerradas, pero sus tecnologías de información disponibles de manera permanente. De hacerlo entre semana o los domingos y festivos. Un viernes santo o un 31 de diciembre cuando todos esperan el abrazo de año nuevo.
Finalmente está el elemento cultural. Las tecnologías de la información y la comunicación nos han hecho hombres y mujeres del planeta, esa “aldea global” que planteaba McLuhan para hacer referencia a la interconexión humana a escala global que posibilitan los medios de comunicación electrónicos.
La sociedad de la información dinamiza las relaciones culturales entre los seres. De hecho lo ha permitido. Los vecinos no son solamente quienes viven en la casa de al lado o trabajan en la empresa o fábrica de enseguida, sino aquellos con quienes se puede chatear entre Cúcuta y Paris; el profesor que está al otro lado del mundo impartiendo una clase de postgrado; los jugadores del Real Madrid y del Barcelona que se enfrentan en un partido de fútbol en España.
No se trata de desconocer las identidades locales, sino de saber que éstas hacen parte de un entramado mundial, que las relaciones simbólicas van más allá de los territorios y costumbres de determinados grupos sociales. En otras palabras, que el horizonte es mucho más lejano de lo que la vista humana alcanza a percibir, ahora está en la red, una red planetaria de la información y el conocimiento, seguramente con sobresaturación, donde los analistas simbólicos pueden sacar mejor provecho de estas otras realidades que el mundo de hoy por fortuna presenta.
La sociedad de la información ni sustituye ni suplanta, simplemente transforma.

Discursos de inclusión, prácticas excluyentes



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Al repasar la historia de la humanidad pareciese encontrarse una situación que, en vez de haberse ido superando, se ha hecho reiterada en la mayor parte del mundo por acción de las relaciones de poder que la especie misma genera a cada instante: la exclusión. 

Relaciones que tienen su fundamento en los postulados y acciones políticas, económicas, culturales y sociales, en general, que han llevado a establecer paradigmas dominantes no propiamente cruzados por sentidos éticos y valores morales que aseguren una convivencia digna y lo más armónicamente posible de los miembros de la especie entre sí y su relación con la naturaleza.

No es sino buscar lo que dice el diccionario sobre el término en referencia para advertir, en primera instancia, que exclusión es la acción y el efecto de excluir. Excluir, a su vez, es, según la misma Real Academia Española de la Lengua, quitar a alguien o algo del lugar que ocupaba; descartar, rechazar o negar la posibilidad de algo; dicho de dos cosas: ser incompatibles.

Seguramente podrían pensarse por lo menos dos maneras de ser o sentirse excluido: una primera, porque una persona o un colectivo no quieren pertenecer o identificarse con algo o alguien y, una segunda, porque ese algo o alguien simplemente no desea que otros hagan parte de él.

La generación, entonces, de relaciones dominantes que promueven teorías y acciones contrarias a principios y valores con presunciones universales como la igualdad, la solidaridad, la responsabilidad, la autonomía y el liderazgo, entre otros, quedan simplemente como retórica y listado de buenas intenciones en cartas nacionales e internacionales, más allá de las partes del mundo de donde provengan.

El capitalismo, por ejemplo, que ha tenido la habilidad de desarrollarse en diversas etapas según las circunstancias y los tiempos (mercantilismo, industrialización, neoliberalismo, etc.), sin duda alguna ha sido y sigue siendo un elemento de exclusión a más no poder. Su horizonte económico de generar riqueza a través del fundamento económico del capital como elemento de producción, apoyado en discursos y prácticas sociales, para escribirlo en términos simples, ha permitido que la mayor parte de quienes viven bajo ese paradigma vean a diario cómo muy pocos tienen lo que esa mayoría necesita.

Mundo desigual

Bien lo cuestiona Pogge (2005) al preguntarse: ¿Cómo es posible que persista la pobreza extrema de la mitad de la humanidad a pesar del enorme progreso económico y tecnológico, y a pesar de las normas y de los valores morales ilustrados de nuestra civilización occidental enormemente dominante?

Con la implantación del capitalismo difícilmente podría ser de otra forma, pues los enfoques, modelos, discursos y relaciones se presentan dentro de una clara relación social vertical, donde no es la discusión o el debate lo que precisamente motive el establecimiento de acuerdos entre las personas, sino la imposición y las dictaduras de otros seres de naturaleza natural o jurídico que en aras de postulados que hablan de la igualdad de oportunidades, la libre competencia y la globalización, saturan a las naciones con la creación de necesidades y, aquellas, que efectivamente lo son, terminan siendo convertidas en mercancías. Ejemplo cercano el colombiano si se repasa lo que sucede con la salud, la educación y los servicios públicos.

La obligación del capitalismo es para con los capitalistas no para con la humanidad, pues los índices de pobreza y miseria son cada día mayores; los programas asistencialistas apenas resultan sofismas de distracción para intentar hacer creer de la generosidad de un modelo que, como lo dice Borón en su texto sobre Mercados y Utopías, “el capitalismo ha experimentado una reestructuración regresiva a escala planetaria”, al introducir una explicación sobre el neoliberalismo, una de las tantas caras del capitalismo a lo largo de su historia.

Pero éste modelo dominante, que transcendió lo meramente económico, también ha tenido en la modernidad uno de sus aliados fuertes, pues dentro de esa dinámica impuesta socialmente, los aspectos relacionados con la racionalidad, el progreso y la democracia, han permitido de forma recalcitrante reproducir una y otra vez esas relaciones de poder, nada diferentes a las expuestas párrafos atrás; es decir, para producir riqueza (o pobreza?) y a través de ella generar más exclusión, creando diversos estadios donde algunos se ven superiores y muchos terminan creyendo ser inferiores, porque las prácticas sociales así lo enseñan.

Quienes no reconocen esos valores propios de la modernidad o no pueden acceder a ellos, por simple lógica terminan autoexcluyéndose siendo excluidos, y terminan alimentando “la producción de *residuos humanos* o, para ser más exactos, seres humanos residuales (los excedentes y los superfluos, es decir, la población de aquellos que o bien no querían ser reconocidos, o bien no se deseaba que lo fuesen oque se les permitiese la permanencia), es una consecuencia inevitable de la modernización y una compañera inseparable de la modernidad” (Bauman, 2004).

Para dónde vamos?

Podría pensarse que un modelo dominante tiene su razón de ser en la medida que permita a la humanidad alcanzar mayores niveles de justicia social, equidad, solidaridad y corresponsabilidad, entre otros valores; sin embargo, el periodo de la modernidad, aunque con sus ventajas científicas y tecnológicas, para citar algunas -además del progreso económico para una élite -, ha reiterado las profundas divisiones sociales y aumentado los niveles de miseria en el planeta, transformando la esclavitud anterior en varias comunidades a sometimientos presentados ahora de otras maneras.

Toma validez la pregunta de Pogge sobre “cómo es posible que persista tanta miseria pese al gran progreso alcanzado en las normas morales, pese a la consolidación de avances tecnológicos sin precedentes y pese al sólido crecimiento económico global” (Pogge, 2005).
Dentro de esta dinámica también cabe plantear el papel del Estado, pues es finalmente donde en forma práctica tienen aplicación los discursos y las prácticas de los paradigmas dominantes o hegemónicos y donde, dentro de la idea primaria que llama Hobsbawm (pensando en el Estado territorial), la institución como tal reclama y se siente con derechos sobre el pueblo.

Sin embargo, muchos de esos derechos hoy día no están condicionados sobre principios de autonomía, sino sujetos a los condicionantes que la modernidad y el mismo capitalismo contextualizan y recontextualizan a cada instante, propiciando agresiones a las culturas e identidades, como otro ejemplo evidente de exclusión.

Pareciese dejarse de lado, dentro de esas relaciones de poder también presentes en los estados, que una característica importante de los seres humanos y de la vida misma es la complejidad. Es decir, ni las relaciones ni los conflictos son simples y/o aislados, ni sus posibles gestiones apuntan en direcciones únicas e inequívocas; los diferentes elementos se entrecruzan, se interrelacionan, crean interdependencias, tienen más de una cara, están sujetos a factores internos y externos. Hay múltiples espacios para la incertidumbre.

Ahora, si se observa al ser como figura individual pero, también, como producto social, los aspectos culturales juegan papel importante, en el sentido de las definiciones que éste haga frente a sí mismo y su relación con la vida: cómo se piensa, cómo se concibe, qué posturas y acciones asume, entre otras cosas. Hay una herencia cultural, precisamente, que influye en la determinación de los principios y valores que personas y sociedades construyen para sí mismos. En otras palabras, los condicionamientos que llevan a individuos y colectivos a proyectar, gestar y desarrollar las personalidades y las comunidades que sueñan.

La dinámica de la vida de los estados se observa en la actualidad definida por factores externos, muchos de los cuales no representan las expectativas propias de las comunidades. Esa regulación, necesaria por demás, al interior y exterior de los estados tiene como problema que sólo unos pocos definen cómo deben ser las relaciones a nivel planetario en materia de salud, comercio, política, entretenimiento, etc. legalizando dichos discursos a través de los diferentes organismos internacionales y legitimándolos por varias vías, entre otras la de los medios de comunicación.

Internamente, los estados también generan procesos de exclusión por doquier. No es sino mirar el caso de Colombia, para citar otro ejemplo, y preguntar qué pasa con las comunidades indígenas, las negritudes y otros colectivos que resultan enormemente discrimados por el sistema.

El capitalismo, la modernidad, el Estado, son elementos e instituciones que generan exclusiones de diverso orden, no solamente en lo económico. Entonces, surge la pregunta: ¿Será posible humanizarlos? Un giro ontológico positivo seguramente empiece a ser parte de la respuesta, como lo enseñan diversas posturas y experiencias en el mundo.

BIBLIOGRAFÍA
BAUMAN, Z. (2004). Vidas desesperadas. La modernidad y sus parias. Paidos. Barcelona
Pogge, T. (2005). La pobreza en el mundo y los derechos humanos. Editorial Paidos, Barcelona.
Vega, E. (1998) (Editor). Lectura de Eric Hobsbawm. Marx y el Siglo XXI. Editorial Pensamiento Crítico. Bogotá.

lunes, 9 de febrero de 2015

Periodismo es pasión, pero también conocimiento.

Como cada 9 de febrero, hoy se celebra de manera tradicional en Colombia el día del Periodista. 

Esta fecha que fuera reconocida por el gobierno a través de la desaparecida ley 51 de 1975, aunque ya no oficial, quedó en el sentimiento de los comunicadores dedicados a esta labor que tiene tanto de arte, como de oficio y de profesión.

El ejercicio del periodismo no hace cosa diferente que potenciar y llevar a la realidad un derecho fundamental para los ciudadanos: el de la información, pues a partir de éste se generan las condiciones necesarias para que las personas tomen decisiones.

Sin embargo, para tomar decisiones correctas, por lo menos las que así puedan considerarse, es importante que los periodistas entiendan su función como algo indispensable para el desarrollo de la sociedad y del sistema democrático en que nos creen hacer vivir a los habitantes de Colombia.

Así suene a frase común, o trillada, los periodistas y los medios que se ponen al servicio de las élites, de los grupos poderosos en lo económico y político, podrán hacer de todo, menos periodismo.

Sea hoy una nueva oportunidad para valorar el trabajo de quienes con su rigor, disciplina y profesionalismo tienen presente siempre que la labor de informar, de la manera más completa y contextualizada posibles, no es asunto menor, por el contrario, exige compromiso y entrega.

¡Feliz día, colegas periodistas!

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Las lagrimas del doctor Peláez también fueron las mías.

Hernán Peláez Restrepo. (Foto tomada de www.caracol.com.co)
Cuando a Hernán Peláez Restrepo la voz se le escuchó entrecortada y el nudo en la garganta casi que ni lo deja rematar la lectura de su carta de despedida a los compañeros y oyentes de La Luciérnaga de Caracol, supongo que muchos, como yo, ya teníamos hace varios minutos los ojos lagrimosos y el corazón nostálgico por asistir a la última emisión del exitoso programa radial bajo la dirección del siempre querido y admirado doctor Peláez.

No sé si será buen esposo, buen padre, buen compañero de trabajo, buen vecino, buena paga, buen amigo de parranda. 

Lo que sí sé, como oyente suyo de la radio desde mi niñez, es que Hernán Peláez Restrepo es todo un maestro de los medios de comunicación, un hombre integral y muy inteligente a la hora de hacer periodismo, no sólo del deportivo, éste último donde, sin duda alguna, ha sido el mejor en el país por años.

Su grandeza es tal que no necesitó salir por la puerta de atrás ni esperar a que su ciclo terminara en el horario radial de las tardes, porque aún tiene cuerda para rato, sino simplemente porque así lo quiso, por decisión propia, como lo hacen los fuera de serie.

La mayor enseñanza que a muchos oyentes nos dejó el doctor Peláez es que no hay que ser agresivos o irrespetuosos con las personas, sino fuertes con los problemas, eso sí, sin obviar la rigurosidad a la hora de exigir a quienes cumplen responsabilidades.

Sus últimos momentos en La Luciérnaga los viví sólo, frente a un aparato de radio, como si se tratara de un extraño ritual donde el corazón aceleraba el ritmo, la garganta se sentía apretada y los ojos húmedos se perdían en una mirada que apuntaba a alguna frecuencia en el dial. 

Hernán Peláez Restrepo por muchos años, desde su programa, nos puso a pensar, a reír y esta vez, junto a las dos anteriores, a llorar.

Última emisión con Hernán Peláez (Foto tomada de www.caracol.com.co)
Pensaba en aquella emisión de Séptimo Día de Caracol Televisión, hace un par de años años, donde se resaltaba su capacidad de trabajo a pesar de estar padeciendo un cáncer de médula. A mis estudiantes de Comunicación Social en la Universidad de Pamplona, semestre a semestre, les hago ver dicha emisión para ponerlo como ejemplo (bueno, y para que no se quejen tanto a la hora de intentar hacer las cosas).

También fue emocionante escuchar al doctor Peláez agradecer el aporte de cada uno de sus compañeros. En especial quiero destacar las palabras dirigidas a Álvaro Gómez Zafra, un bumangués, con historia en Ocaña y quien en la radio cucuteña demostró su gran talento, ese mismo que hizo que el propio Peláez siendo Director General de Caracol autorizara su traslado a Bogotá. Álvaro es una de las grandes y hermosas voces de la radio colombiana.

Gracias doctor Peláez por tantas tardes maravillosas en La Luciérnaga de Caracol. Gracias por el respeto que siempre profesó hacia nosotros, sus oyentes.

Particularmente, también gracias porque desde hace varios meses había decidido hacer un alto en este blog, pero tras su retiro, ayer, no quise dejar de expresar públicamente mi admiración y afecto hacia Usted. Aquí estoy de nuevo.

Doctor Peláez, por siempre nuestro ´doctor Peláez´

miércoles, 12 de febrero de 2014

Pacheco... por siempre

Anoche murió en Bogotá uno de los colombianos más queridos para los hombres y mujeres de mi generación. Fue un colombiano que por esas cosas de la vida nació en España hace casi 82 años.
 
Foto tomada de internet
Fernando González Pacheco, el animador más popular que ha tenido la televisión del país. Fue tan bueno en lo que hizo que, a pesar de tener un rostro feo, fue un gran triunfador de la pantalla chica y a las casas de millones de colombianos entraba cada mañana, tarde o noche como si fuera el hombre mejor parecido de ciudades, pueblos y caseríos.
 
Animalandia, Sabariedades, Quiere Cacao, Compre la orquesta, Charlas con Pacheco y tantos otros programas se volvieron agradables y cotidianos en Colombia por una sencilla razón: los presentaba Pacheco, un hombre inteligente, simpático y quien se mostraba descomplicado ante sus televidentes.

Pacheco se convirtió en amigo de muchos, así nunca se le hubiese estrechado las manos o visto frente a frente. Pacheco se convirtió en ese compañero permanente que contagiaba con su particular forma de reír.

Desde 1957, en los inicios de la televisión nacional, Fernando González Pacheco llegó para quedarse, como dirían por ahí. Su carisma fue tan grande que le permitió durante decenios mantenerse vigente en un medio tan competido y donde a veces priman más las caras bonitas que el talento mismo, aunque ninguna de estas dos últimas cosas resultan excluyentes.

Paz en la tumba de nuestro Pacheco, un colombiano de 'raca mandaca'. Un hombre que nos vio crecer  y con quien muchos estamos agradecidos por haber aportado instantes de alegría a nuestras vidas. Ése fue su gran mérito.


 

sábado, 30 de noviembre de 2013

El show ¿de las estrellas?

Aquí, en Colombia, ya no se sabe que es peor: si tener a ciertos personajes de presidentes por un ratico, o tenerlos de expresidentes por mucho tiempo.
 
El único que prefirió retirarse a los cuarteles de invierno en temas políticos fue Belisario Betancur, seguramente por el peso de arrastrar el trágico episodio de la toma del Palacio de Justicia,  cuando, como la historia pareciera señalarlo, no gobernó él en calidad de Jefe de Estado sino el poder militar.
 
Los presidentes se jubilan en materia económica, pero en asuntos políticos no dan a torcer sus brazos bajo el argumento de defender la obra de gobierno que lideraron, y se niegan al retiro. Ni la vergüenza, tampoco la plata, son capaces de hacer que den un paso al costado y dejar que alguien haga lo que ellos no pudieron... o no quisieron.
 
Todo termina siendo un triste espectáculo donde los unos se enfrentan a los otros. Lo único bueno es que el país se llena de nuevos elementos de juicio para entender y comprender por qué Colombia está como está. Es decir, unos poquitos integrantes de la población muy bien, mientras la mayoría pasa tragos amargos.
 
Las peleas de los expresidentes se convierten en enfrentamientos de vanidades, además de revelar al respetable público (como dirían los animadores) aquellas 'ventas del alma al diablo' con tal de llegar y/o conservar el poder.

sábado, 23 de noviembre de 2013

De algunos contratos públicos.

Cada vez que asoma una millonaria inversión de carácter público, a la mente llegan esos malos pensamientos que preguntan:
 
¿De cuánto será la comisión para el funcionario de turno?
 
¿De todos esos millones, qué plata irá a parar al bolsillo de los corruptos?
 
Quienes se ganaron el contrato, además de su idoneidad profesional, ¿tuvieron que haber aportado algo más?
 
A ese nivel ha llegado la corrupción en el país que prácticamente todos desconfiamos de todos, y de todo.
 
Esa ha sido la gran herencia que nos ha dejado la tradicional clase política colombiana que, de vez en cuando, pretende camuflarse en nuevos partidos y/o movimientos que bajo el amparo del término (más no del concepto) de democracia, pretende mostrarse como la salvadora de una patria herida.
 
Lo peor del asunto es que todo parece haberse convertido, no sólo ahora, en un eterno círculo vicioso: el gobernante que pide comisión, para acomodar una licitación a ciertos perfiles e intereses; el contratista que ofrece plata, a cambio de ser el escogido para ejecutar determinada obra; el interventor que también quiere, a cambio de otra parte de la tajada, dar un visto bueno de algo ejecutado a medio hacer.
 
La conclusión es que nos estamos quedando con muchos ladrones de 'cuello blanco', poca efectividad de los organismos de control, y obras mal hechas. Dicho panorama pareciera estar presente en diversos niveles: desde pequeños y medianos municipios, hasta las grandes urbes.
 
En Colombia habrá paz el día que no haya corrupción, el día que los recursos que se destinen a sectores como educación, salud, cultura, deporte, vías y servicios públicos, se inviertan en su totalidad para lo que fueron destinados, no a medias, como sucede.

Lo que ocurre puede resultar común, pero nunca normal. En eso no debemos equivocarnos y creer que estamos condenados a la triste suerte de aceptar que unos poquitos sean los que sigan haciendo con los recursos públicos lo que se les venga en gana. ¡No señor!

Aquí hay personajes que siguen mandando y delinquiendo desde las cárceles y despachos oficiales, dando órdenes sobre lo que se puede y no se puede hacer, repartiendo a quién le corresponden tantos votos cautivos para las próximas elecciones, recibiendo  a través de testaferros los frutos de sus mal adquiridas ganancias, haciendo cómplices a algunas autoridades de sus malos procederes.

Para dar nombres hay que tener pruebas, pero... ¿De quiénes sospecha Usted? ¿Tienen fundamento esas sospechas? No es sino hacer algo de memoria  par que empiecen a brotar los nombres.

A tal descaro ha llegado el poder de la corrupción que los políticos y contratistas corruptos ruegan para que haya desastres, muchos desastres y necesidades, pues con ellos llega el botín presupuestal a repartir. Y más se alegran cuando escuchan decir a algunas gentes del común: 'Que roben, pero que hagan algo', como si eso legitimara su accionar criminal.